jueves, 31 de enero de 2008

Jaime

Tenía quince años y tú 18, y me llamabas "tu Niña Bonita". Rubio, con el pelo algo rizado, alto, sobresaliendo por encima de los demás, alegre, divertido e ingenioso. Un verano inolvidable en la sierra de Madrid, donde aprendimos a conocernos poco a poco aunque nos vieramos todos los días. Siempre tenías un momento para estar a mi lado y siempre era en tu moto donde, agarrada con fuerza a tu cuerpo, a mí me parecia que íbamos de camino al cielo.

Aquella tarde de agosto acariciaste mi pelo y me sorprendí excitada solo de sentir el roce de tus manos. Mis labios exploraron los tuyos, muy despacio, como si pudieras escapar de ellos, aunque sabía que no lo harías. Tus manos se deslizaron hasta mi ropa y muy despacio acariciaron mi cuerpo. Y juntos, esa tarde, aprendimos a amar y a volar.

Han pasado muchos años desde entonces, pero sigo llevándote muy dentro de mi corazón, y a veces imagino otra vida distinta en la que tú estas a mi lado. Me imagino persiguiéndote bajo tu ropa, explorando cada rincón de tu cuerpo como entonces ni podíamos ni imaginábamos hacer, mientras me susurras la urgencia que tienes de mí. Y mientras mi sexo encierra al tuyo, y das vida a mi cuerpo volvemos a volar como entoces.

jueves, 10 de enero de 2008

¿Te apetece un café?

Evoco la noche que nos conocimos. Noche de charla con amigas que termina con unas copas en un local del centro de la ciudad. Ojos que se encuentran y conversación intranscendente. Esa noche compartimos bebida, palabras y números de teléfono.

Y pasó a formar parte de los pobladores de mis sueños. Con sus ojos claros, su pelo rubio y ese cuerpo de infarto, se colaba en mi mente de manera inesperada. Imaginaba mis manos recorriendo su piel, sentía mis labios besando cada rincón de su cuerpo y veía crecer el deseo de su sexo entre mis dedos. Hasta que recibí una llamada que provocó excitación y nervios a partes iguales.

Después de compartir un primer encuentro tímido y discreto, durante la hora del café no tomamos café. No fue la cafeína lo que hizo subir mi tensión, ni el calor de la taza lo que calentó mi cuerpo. Fueron sus besos apasionados y sus palabras susurradas junto a mi oído. Fueron sus manos acariciando mi pecho y sus labios apremiantes. Y tenerle por un rato no solo dentro de mi mente, sino también dentro de mi cuerpo.